miércoles, 13 de agosto de 2008

La leyenda del Gran Lobo

La leyenda del Gran Lobo



Para todas las personas
que han hecho de mí lo que soy.

El Gran Lobo emprendió lo que debía ser su último viaje. Sus pasos eran cansados, su rostro serio, penetrante su mirada y seguro su porte. En su vida ya había tenido muchas experiencias, y sus fuerzas flojeaban. Intuía que ya no le quedaba nada más por lo que vivir: debía retirarse de la manada y refugiarse en alguna de las cuevas rocosas de la cima, dónde por costumbre iban todos los ancianos. Era un desecho de la manada.

Tomó el camino por propia voluntad, se sentía inservible. Mientras iba subiendo a la colina pensaba en la última caza, en la que todos esos fornidos lobos le habían adelantado con diferencia para saborear un búfalo increíble. Aquel día bajó el rabo, síntoma de sumisión total, y comió el último. Fue muy vergonzoso. Él, que fue el Gran Lobo dominante durante tanto tiempo, se sentía pisoteado por aquellos a los que educó: esos lobeznos a los que había enseñado la vida.

Mientras pensaba en su historia no prestaba atención a su alrededor. El Gran Lobo tenía la mirada perdida y no atendía a las señales de su olfato. De repente algo le envistió en el costado derecho y salió disparado a la izquierda. Rápidamente se levantó, erizó cada pelo, estiró todo su cuerpo en horizontal y enseñó desafiante sus colmillos. Cuando fijó la mirada vio que era otro lobo, un Joven Lobo aturdido por el golpe que se mantenía tumbado, con el rabo entre las piernas y la cabeza gacha.

El Gran Lobo manteniendo su postura le preguntó:

―¿Qué coño te pasa?¿De dónde vienes a esa velocidad?.

―Veras... es que... huyo de mi manada, creen que soy demasiado torpe, o algo así. Pero tranqui que no tengo intención de hacerte nada, ¿a dónde vas?

―A la colina, a buscar alguna cueva.

―¿Puedo ir? A mi ya no me queda nada. ―Preguntó el Joven Lobo

El Gran Lobo dejó de amenazarle y le aceptó en su viaje. Se estuvieron contando todas sus desdichas. El Joven Lobo se sentía igual de desvalido que él, había perdido toda su confianza. El Gran Lobo, experto en enseñar a lobeznos, le explicó que la confianza estaba en su cabeza; que debía sacar toda su rabia interior, y él le enseñaría.

Durante el viaje le estuvo explicando cómo todos los lobos pueden sacar una forma física parecida, pero que lo importante reside en la confianza que muestre, en la seguridad de su porte. El Joven Lobo rápidamente empezó a imitar su forma de andar. Ambos iban con el rabo en vertical. Se sentían fuertes.

Cuando por fin llegaron a la colina, fue el Joven Lobo el que descubrió una buena cueva. El Gran Lobo le miró en señal de aprobación. Se subió encima de la cueva y empezó a aullar. El Joven Lobo desde abajo sintió cada aullido dentro y lo acompañó en su canto.



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